Devoción de la Marina a la Virgen del Carmen

 

Devoción de la Marina a la Virgen del Carmen


Devoción de la Marina a la Virgen del Carmen: Versos a la Virgen Marinera

A devoción de la Marina a la Virgen del Carmen es muy antigua. Sabemos que desde la Edad Media en todos los pueblos y ciudades de la costa española se le rinde culto religioso en las procesiones y romerías marítimas que portan su imagen. En abril de 1901, la reina regente doña María Cristina proclamó a la Virgen del Carmen patrona de la Marina española, declarando el 16 de julio como el día en que la Iglesia celebra su liturgia. Desde muy antiguo tiene acreditado su oficio y menester de marinera nuestra Señora.

Para la Armada española la Virgen es la expresión y manifestación de su gran devoción, ya que es patrona del mar y de su Marina. Tras la victoria de Lepanto la devoción mariana se extendió a países de Europa y América, estando íntimamente unida a Hispanoamérica a través de los misioneros españoles en su colonización. Pero es en muestro país donde más arraigada se encuentra esta advocación.

Una de las primeras citas, rigurosamente histórica, referente al culto mariano la encontramos en Fernández. Duro repetidas veces:

«…en la tarde del 11 de octubre, víspera del hallazgo de tierra deseada habían cantado las tripulaciones, a la ocasión la Salve de costumbre… y entre las prácticas religiosas de las naves figuraba la oración por la mañana y tarde…»

La liturgia y la tradición mariana usan con frecuencia gozosa la metáfora y la alegoría de la Virgen marinera. San Bernardo, cantor del Dulce Nombre de María, sienta la equivalencia de este nombre con el Stella Maris 

«estrella del mar».

 Ella siempre nos acompaña y protege de las adversidades y zozobras de la vida. «Estrella de la mar, puerto de folgura», la llama el Arcipreste de Hita. 

«Buen tiempo, mar tranquila, dulce puerto», 

nos presagia en el verso a la Virgen Santísima Pedro de Espinosa. Juan Jáuregui la ve en su obra poética Rimas Sacras como 

«Norte que de las ondas  se retira, sin ver jamás en ellas triste ocaso». 

Ella «va originando las espumas de piélagos de gracia», en el decir suntuoso y decorado en la poesía del conde de Villamediana. Lope de Vega, cantando a la «Virgen del Mar, Estrella Tramontana», nos regala la delicia de estos versos, que tienen el movimiento y el aire marino de aguas navegadas:

«Voy en las alas de la mar furiosa, con roto barco y con mojadas velas, fluctuando, a morir peligro claro. Tú contra las sirenas torre hermosa, y el canto en que disfrazan sus cautelas, eres del mundo esclarecido faro, de las nubes amparo, porque la luz en el extremo ardía, esos brazos, María.»

Cervantes, cercado por las aguas de la adversidad, implora a Nuestra Señora:

«Sed Vos aquí la estrella que en este mar insano mi pobre barca guíe y de tantos peligros la desvié.»

Pero ninguno quizá como fray Luis de León clama a la Virgen marinera con más angustiada y conmovida voz de náufrago, metido en el mar temeroso de su tribulación:

«Virgen, lucero amado, en mar tempestuoso claro guía, a cuyo santo rayo calla el viento: mil ondas a porfía, hunden en el abismo un desarmado leño de vela y remo.»

Una antigua canción predecesora de la Salve Marinera se cantaba en el siglo xIII, aunque no parece que se conociera mucho entre las dotaciones y gentes de la mar:

Salva nos Stella Maris et Regina Caelorum, Qua pura Deum parís Salva nos Stella Maris Et per rubum signaris, Nesciens viri torum; Salva nos Stella Maris Et Regina Caelorum. 

El Ave Maris Stella de Cristóbal de Castillejo (siglo xv) se cantaba en las naves de la Armada de 1769. Dice así:

«Clara estrella del mar dichosa puerta del cielo madre de nuestro consuelo, Virgen nacida sin par. Reina bienaventurada de todos consolación en todo tiempo y sazón. Más, gracia singular las rodillas por el suelo,pedimos vuestro consuelo mientras estamos en la mar.»

La Marina española ha sido y es cabeza de esta devoción y patronazgo de las distintas instituciones, que mantienen vivas sus tradiciones y proclaman a la Virgen del Carmen marinera por excelencia, designándola Capitana y Generala de los mares. Raro es el marino que no deje asomar por entre el escote, tostado de yodo y de sal, la medalla o el escapulario de la Virgen del Carmen, y rara es también la dotación del buque que antes de hacerse a la mar no ofrece o reza una plegaria a su patrona, pidiéndole buenos vientos y buenos mares durante su travesía marinera. Pocos sabrán rezar mejor que estos arraigados hombres de la mar que rinden su amor y su devoción a su Virgen marinera.

En todo nuestro litoral y pueblos marineros existen santuarios y ermitas que iluminan y acompañan al navegante y esperan su arribada a puerto. Basta decir que cada uno de nosotros, navegantes, tenemos bien sabido, como el poeta:

«Que tú nos salvarás, ¡oh, marinera Virgen del Carmen!, cuando la escollera parta la frente en dos de mi navío.»

Por último, sirvan estas pequeñas y modestas consideraciones como expresión de reconocimiento y fervorosa devoción de todos los hombres de la mar a su patrona, la Virgen del Carmen.


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