Secuencia de Pentecostés
Secuencia de Pentecostés
Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
Oración al Espíritu Santo por Cardenal Verdier
Oh Espíritu Santo,
Amor del Padre, y del Hijo,
Inspírame siempre lo que debo pensar,
lo que debo decir,
cómo debo decirlo,
lo que debo callar,
cómo debo actuar,
lo que debo hacer,
para gloria de Dios,
bien de las almas
y mi propia Santificación.
Espíritu Santo,
Dame agudeza
para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar
dirección al progresar
y perfección al acabar.
Amén.
El Espíritu Santo promueve la vida interior de los bautizados en Cristo
Conduce las almas hacia la madurez interior, y desde lo íntimo del hombre renueva la faz de la tierra. Para la maduración del hombre interior es imprescindible la vida de oración, que se halla en estrecha dependencia con los dones del Espíritu Santo, que sensibilizan al alma para captar la presencia amorosa de Dios y entablar una verdadera relación de amistad.
Todos los Santos nos dan testimonio que el Espíritu es una fuerza que transforma el interior del hombre y de la mujer. La luz que nos aportan los Santos a través de la experiencia que han hecho del Espíritu, y que nos han comunicado a través de sus escritos es muy rica en matices. Pero todos dan testimonio que es el Espíritu quien nos santifica, de forma que adquiramos los caracteres de Jesucristo, siendo cristificados por la gracia.
La principal misión del bautizado es no poner obstáculos a la acción santificadora del Espíritu y secundarla, de forma que avancemos por el camino de la santidad. Para ello, habremos de purificar el corazón, y quitar todo estorbo a la acción del Espíritu de Dios en nosotros. Lo prioritario ante todo es no pecar, pues el pecado mortal expulsa al Espíritu, el pecado venial consentido, debilita su acción santificadora. La otra condición es suplicar a Dios el don de la humildad, pues como nos recuerda San Agustín, solo en el humilde encuentra el Espíritu capacidad de acogida.