Buscar tus Oraciones

Santa Teresita del Niño Jesús

 

Santa Teresita del Niño Jesús


Santa Teresita del Niño Jesús

Es la Doctora de la Iglesia más joven. En una época en la cual los intelectuales católicos profundizaban especialmente el concepto de la justicia de Dios, Teresita se lanzó a los brazos de Dios, que más bien veía como su amigo más querido y como un Padre lleno de amor. Con el libro Historia de un alma, empujó a la Iglesia hacia las profundidades del amor de Dios.En el Carmelo de Lisieux, la hermana María Filomena había llegado a la convicción de que después de su muerte pasaría por el Purgatorio. Cuando habló de ello con Santa Teresita, está le contestó: 

«No tienes suficiente confianza. Tienes demasiado miedo respecto al buen Dios. Puedo asegurarte que esto le duele mucho. No deberías temerle al Purgatorio porque allí se sufra; en cambio, deberías pedir no merecer ir allá para complacer a Dios, al que tanto le cuesta imponer este castigo. Si intentas complacer en todo y mantienes una absoluta confianza en Él, en cada momento te purificará en su Amor y no permitirá que quede ningún pecado. De esta forma, puedes estar segura de que no irás al Purgatorio".

Teresita fue incluso más allá, ya que pensaba sinceramente que la gente ofendía a Dios cuandole faltaba la confianza de poder lograr ir directamente al paraíso después de su muerte. Cuando sus hermanas le declararon que esperaban ir al purgatorio, ella les contestó:

«¡Qué disgusto que me dais! Le hacéis una grave ofensa al Señor, si creéis que iréis al Purgatorio. ¡Si amamos, no podemos ir allí!».

El Señor le donó a Santa Teresita del Niño Jesús la gracia de entender que el Purgatorio no había sido concebido como una norma, sino más bien como una excepción. La doctrina nos dice que cada uno de nosotros recibe suficientes gracias para ir directamente ante Dios, después de haber pasado las pruebas en la Tierra. Pero el Purgatorio es una «entrada de seguridad» al Paraíso Para quienes no han aprovechado las gracias que Dios les concedió.Otra vez, una de sus novicias, la hermana María de la Trinidad, le dijo: «¿Qué pasa si fracaso incluso en los asuntos pequeños? ¿Aún puedo esperar ir directa al Cielo?». 

Santa Teresita,conocedora de las debilidades de su novicia, le contestó: «¡Claro! ¡Dios es tan misericordioso! Elsabrá qué hacer para ir a recogerte. No obstante, intenta serle fiel, para que Él no tenga que esperar en vano tu amor». Más tarde, hablando de sí misma, dijo:

 «Ya sé que por mí misma no merecería siquiera entrar en ese lugar de expiación, puesto que únicamente las almas santas pueden entrar allí. Pero también sé que el Fuego del Amor es más santificante que la cadena del Purgatorio.También sé que Jesús no puede desear inútiles sufrimientos para nosotros y que no me inspirará las nostalgias que siento si no deseara satisfacerlas». 

Si las pobres almas del Purgatorio hubiesen conocido en la Tierra lo que les esperaba en la eternidad, ¡el Purgatorio se habría quedado vacío! 

La hermana María Febronia no compartía la doctrina de Teresita acerca del Purgatorio, y consideraba una presunción creer que fuera posible irnos directos al Paraíso. Santa Teresita Intentó explicar su opinión a la anciana monja, pero no tuvo éxito. Al final, Santa Teresita le dijo:«Hermana, si usted quiere la justicia de Dios, la tendrá. Las almas reciben de Dios exactamente lo que esperan de Él». Menos de un año más tarde, en el mes de enero de 1892, la hermana Febronia murió. Tres meses después, Santa Teresita tuvo un sueño y se lo contó a la madre priora con estas palabras: «Madre, la hermana María Febronia vino la noche pasada y me pidió que rezara por ella.Ahora seguramente está en el Purgatorio, ya que no tuvo la suficiente confianza en la misericordia del buen Dios. De su implorante actitud y de sus profundas miradas parecía que quería decir:

“Tenías razón. Me encuentro entregada a la plena justicia de Dios, pero la culpa es mía. Si te hubiera escuchado, ahora no estaría aquí”».

 Teresita escribió incluso a su hermana María: 

«Lo que a Él le gusta es ver que yo amo mi pequeñez y mi pobreza, la esperanza ciega que tengo en su misericordia... Este es mi único tesoro, madre mía: ¿por qué no debería serlo para usted también?». Teresita nos anima a tratar con Dios con la intrepidez de un niño. ¿Acaso el Reino de Dios no pertenece a los niños? Santa Faustina Kowalska

También Santa Faustina nos exhorta a confiar ciegamente en la insondable misericordia de Dios. No es casualidad que el papa Juan Pablo II canonizó a Sor Faustina como ¡la primera santa del tercer milenio! Sus escritos, difundidos por todas partes, satisfacen las necesidades de quienes buscan la verdad en la sociedad actual.

En su Diario, la Misericordia Divina en mi alma, sor Faustina nos cuenta algunos sucesos que bien explican la vinculación existente entre la Divina Misericordia y el Purgatorio. Ella rememora:

«Cuando entré un momento en la capilla, Jesús me dijo: Hija mía, ayúdame a salvar a un pecador en agonía; reza por él la coronilla que te enseñé. Cuando empecé a rezar la coronilla, vi a ese moribundo luchar entre terribles tormentos, defendido por su ángel de la guarda, que parecía impotente frente a la gran miseria de esa alma. Un gran número de demonios estaba a la espera del alma, pero mientras rezaba la coronilla vi a Jesús tal y como está representado en la imagen. Los rayos que salían de su Corazón envolvían al enfermo, y las fuerzas de las tinieblas huyeron en una gran confusión. Así, el enfermo murió serenamente. Cuando volví en mí, entendí lo importante que puede llegar a ser para los moribundos esta coronilla, ya que aplaca la ira de Dios» (§ 1565).

En otra ocasión reveló lo que significa para las almas del purgatorio tener constantemente sed de Dios: “pregunté al Señor Jesús: ¿por quien más tengo que rezar?”. Jesús me contestó que durante la siguiente noche me lo comunicaría. Vi a mi ángel de la guarda, quien me ordenó que lo siguiera. En un momento me encontré en un lugar brumoso, invadido por el fuego, y allí había una enorme multitud de almas sufriendo. Estas almas rezaban con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas: solamente nosotros las podemos ayudar. Las llamas que les quemaban no me tocaban. Mi ángel de la guarda no me abandonó ni un solo momento. Les pregunté a esas almas cuál era su mayor tormento, y unánimemente me contestaron que su mayor tormento es el ardiente deseo de Dios. Vi a la Santísima Virgen que visitaba a las almas en el Purgatorio... Ella les procura alivio» (§ 20). El amor generoso (la caridad) de Santa Faustina la llevó a soportar los mismos tormentos que algunas almas experimentan en el Purgatorio. Ella nos dice:

«Día 9 de julio de 1937. Esta tarde vino a mí una de las monjas difuntas: me pidió un día de ayuno y que le ofreciera todas las prácticas de piedad de ese día. Le contesté que estaba de acuerdo. El día después, ya desde primera hora, tengo la expresa intención de ofrecerlo todo a favor de esa monja. Durante la Santa Misa, por un momento, viví su tormento, sentí en mi alma un hambre tan grande de Dios, que tenía la sensación de morir por el deseo de unirme a Él. El asunto duró breves momentos, pero comprendí qué es la nostalgia de las almas del purgatorio».

En cualquier caso, es posible que algunas almas, en su libertad, rechacen a Dios al final de su vida y elijan vivir sin Él por toda la eternidad. ¿Qué pasa con estas almas? Santa Faustina nos facilita una de las descripciones más sobrecogedoras del infierno. Ella misma escribe:

«Hoy, guiada por un ángel, estuve en las profundidades del infierno. Es un lugar de grandes tormentos en toda su extensión, asombrosamente grande. Estas son las distintas penas que vi:

la primera pena, la que constituye el infierno, es la pérdida de Dios;

la segunda, los continuos remordimientos de conciencia;

la tercera, la cognición de que esa suerte no cambiará nunca más;

la cuarta pena es el fuego que penetra en el alma, pero no la anula;

la quinta pena es la constante oscuridad, una peste horrible y sofocante, y —no obstante la oscuridad— los demonios y las almas se ven entre ellos y en todo el mal de los demás y el propio;

la sexta pena es la continua compañía de Satanás;

la séptima pena es la terrible desesperación, el odio hacia Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias.

Estas son penas que todos los condenados sufren conjuntamente, pero los tormentos no se acaban aquí. Hay tormentos particulares para las distintas almas, que son los tormentos de los sentidos. Cada alma, según lo que ha pecado, es atormentada de forma tremenda e indescriptible. Hay unas horribles cavernas, abismos de tormentos, donde cada suplicio se diferencia de otro. Me habría muerto viendo esas horribles torturas, si la omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido. Que el pecador sepa que será torturado por toda la eternidad en el sentido con el que peca. Escribo todo esto por orden de Dios, para que ninguna alma se justifica afirmando que el infierno no existe, o que nadie estuvo nunca allí y nadie sabe cómo es.»

Yo, sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno, con el fin de contárselo a las almas y de ofrecer testimonio de la existencia del infierno... Los demonios estaban llenos de odio hacia mí, pero por orden de Dios tuvieron que obedecerme... He notado una cosa, y es que la mayoría de las almas que están allí son almas que no creían en el infierno. Cuando volví en mí no lograba restablecerme por el susto, pensando en las almas que allí sufren tan horriblemente; por eso ruego con mayor fervor por la conversión de los pecadores e invoco incesantemente la misericordia de Dios por ellos» (§ 741).

«A menudo asisto a almas agonizantes y obtengo para ellos la confianza en la Divina Misericordia e imploro a Dios la magnanimidad de la divina gracia que siempre triunfa. A veces, la Misericordia de Dios alcanza al pecador en el último momento, de forma singular y misteriosa. Desde el exterior, nos puede parecer que todo está perdido, pero no es así; el alma iluminada por el rayo de una vigorosa última gracia divina se dirige a Dios en el último momento con tal ímpetu de amor que, en un instante, obtiene de Dios el perdón de las culpas y las penas. Pero Exteriormente no nos facilita ninguna señal ni de arrepentimiento ni de contrición, ya que lamentablemente ya no reaccionan más a los estímulos externos.¡Qué impenetrable es la divina Misericordia! Pero...¡horror!...También hay almas que rechazan voluntaria y concienzudamente dicha gracia, y la desprecian. Aunque solo en el momento de la agonía, Dios misericordioso ofrece al alma un momento interior de lucidez, gracias al cual esa alma, si quiere, tiene la posibilidad devolver a Dios. Pero a veces hay en las almas una obstinación tan grande que eligen concienzudamente el infierno, frustrando todas las oraciones que otras almas elevan por ellos a Dios, e incluso los mismísimos esfuerzos de Dios» (§ 1697).


Next Post Previous Post
No Comment
Add Comment
comment url